(Publicado también por Fundación Luz de Vida)
¡Pobresita la chiquilla Bolivariana!
¡Pobresita la alta niña Paceña!
¡Pobresita la muchacha del Panecillo !
Pobresitas las adolescentes.
¡Cómo se ve que sufren!
Se contornean al son de los populismos y le guiñan el ojo a los extremismos.
Es que quieren sentir experiencias nuevas…
Y se encandilan cuando les ofrecen algo más fuerte que ojitas de parra o de coca…
Quieren algo más.
Una nueva constitución…
Un nuevo nombre…
Al fin y al cabo están acostumbradas a que cuando meten la pata siempre aparece algún caballero o caballete y les susurra al oído que no tienen por qué avergonzarse:
«tú eres inocente, la culpan la tienen los politiqueros corruptos. Pero yo te comprendo. Para empezar, dame tu mano – tu voto – y yo me encargo del resto»…
Y comienza el ciclo de descontrol e inmoralidad donde la muchacha que ya tiene sus años apela a una inocencia e ingenuidad que no le corresponden pues ya está envejeciendo – hasta pudriéndose – si bien abunda en ignorancia y en su orgullo de verse impotente e ignorante.
Latinoamérica, ¿quieres que te sigan soplando al oído los mozalbetes que no respetan lo que tú misma no respetas?
¿Quieres que te hable de lo linda y joven e inocente que eres?
¡Búscate quien te aguente, quien se haga el ciego ante tu inmoralidad y corrupción!
¡Ojala no sea demasiado tarde para que tu nombre desaparezca!
¿Quieres que no te roben?
Pues practica la justicia y la probidad y deja de ser ladrona.
¿O no te das cuenta que por andar con la falda floja tus hijos – a quienes no quieres regresar a ver – se mueren de hambre?
Sí. Porque aquellos pequeñitos que todavía no aprenden de tus malas artes, anhelan insaciblemente ver un ejemplo de honestidad y ética.
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